miércoles, 21 de diciembre de 2011

Sin explicación alguna.

-No puedo más...
-¿Qué? ¿Cómo dices?
-No, no quiero seguir contigo, las cosas son muy complicadas y... no quiero hacerte daño.
-¿Por qué haces esto?
-Tranquila, no hay otra.
-No te lo miento, pero respondeme... ¿por qué?
-Es fácil, no quiero seguir contigo, no me pidas explicaciones, por favor.
-Las quiero.
-No quiero dártelas, me voy. Hazme un favor, no me busques, será malo para los dos.

Y así, sin dar explicación alguna, se marcha, caminando despacio, pero sin mirar atrás. Una lágrima, otra, otra. Cuando se das cuenta, sus mejillas están empapadas y sus ojos rojos, está dolida, sin nadie. Pero decide ser fuerte, por lo menos hasta quedar sola. Y así hace, se seca las lágrimas, se calma y camina con la cabeza agachada, con las manos metidas en los bolsillos de aquella sudadera azul que tanto le gusta. Y llega a su casa. Noche de lágrimas, de luna llena. Noche de frío. Noche que duele. Noche que siente. Noche con un gran cielo lleno de estrellas, victimas de cada suceso. Y un café. Y miradas perdidas. Y aquella almohada que tantos secretos sabe. Y también aquel gato que se para en la terraza cada noche. Y de nuevo frío, y lágrimas. Y noche que termina. Mañana que empieza con el sol arriba: de nuevo esa almohada cómplice de problemas. Ninguna sonrisa. Día nuevo; nueva vida.

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